jueves, 8 de abril de 2010

Grado Ocho




No entiendo por qué el terremoto todavía me hace llorar. No llorar a mares, pero sí soltar alguna lágrima cuando me recuerdo afirmada al umbral de la puerta de mi pieza, mientras todo se movía. Violentamente ondulante, la sacudida me dejó pensando en que se trataba del fin y que de un segundo a otro mi edificio se desplomaría. Pero no sólo en eso. No sé si todas las personas pensaron en tantas cosas mientras la tierra se movía y se escuchaban caer cuadros, romper vidrios, estallar paredes.... el infernal ruido de la destrucción.

Sabía que era un terremoto.Había vivido el del ´85 en Viña con mis hermanos. 25 años, después lo reconocí en mi octavo piso en Santiago. Se sentía peor. ‘Dios, mío ¡Qué miedo! Javier viene en camino y no alcanzó a llegar’, pensé. ‘¿Dónde mierda está? No quiero que se muera. Dios, que esto termine, que pare, que pare, que pare’. El balcón saltaba, las paredes se rajaban y la luna alumbraba mi dormitorio como foco de película de terror. ‘Esto no debería estar pasando. Yo no debería estar sola, yo no tenía que estar sola en este momento’, pensé.

Las cosas de la vida. A las 3.30 de la mañana estaba lista esperando mi grado tres y en cambio recibí un brutal grado ocho. Y Javier estaba desaparecido.

A los pocos segundos de terminado el temblor, sonó mi celular. Era la Laucha desde Puerto Montt reportándose. “¿Qué mierda fue eso?”, fue lo primero que atiné a decirle. “¿Cómo, allá también?”, me preguntó con voz de pánico. Me petrifiqué al pensar en qué había pasado entre las dos ciudades. De inmediato llamé a mi papá, quien un tanto aturdido desde su piso 21 me comentó “parece que fue terremoto”. Me dijo que me fuera para su casa, pero le contesté que un amigo venía en camino y que prefería esperarlo.

Llamé a Javier pero no pude comunicarme. Quise bajar, pero mi puerta estaba trabada. Un vecino me rescató. Busqué una linterna y bajamos junto a otros vecinos. Nos acompañamos toda la noche, mientras yo esperaba que llegara Javier. Nos quedamos parados en la puera del edificio para que me viera a penas llegara. Esa noche lo llamé 32 y nada, no logré conexión con su celular. Me agradecí haber dejado de fumar. Todos querían un cigarro y nadie tenía.

Temprano en la mañana me llegó un mensaje de texto en que me preguntaba dónde y cómo estaba. El alma me volvió al cuerpo. El estaba bien. No sé por qué mi primer pensamiento con el terremoto fue para Javier. Tal vez porque lo estaba esperando después de una noche de carrete. Tal vez por que quería que alguien me cuidara, porque quería llorar abrazada a alguien, o quizá sólo porque quería estar con él.

Y así continúo. Con ganas de llorar cuando pienso en el momento mismo del terremoto. Dejando fuera toda la tragedia que conocí cuando pude ver televisión, el terremoto en sí me da una pena tremenda. Yo no tenía que estar sola. Ni durante el terremoto ni en los días posteriores. Fue como si la catástrofe me dejara desnuda, y por fin, sin adornos, pudiera ver lo sola que en verdad estoy. Algunos no estuvieron a la altura de las circunstancias. Y siguen sin estarlo.

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