Hace tiempo que quiero hacerme un tatuaje. Llevo meses pensando en el diseño, pero ninguno me ha gustado lo suficiente como para mantener la elección por más de una semana. Aunque todavía no decido dónde estamparlo, creo que debiera ser en un sitio escondido y sensual, como para sorprender en un primer encuentro y a la vez evitar que -en un futuro muy muy lejano- los cabros chicos se rían de mí cuando vean cómo se me caen las carnes tatuadas desde el traje de baño.
Pero bien, el tema siempre ha sido el diseño. Persistentemente me he inclinado por el tatuaje tribal, aborigen, con algo de primitivo y salvaje. Lo encuentro atractivo. Creo que por eso fue que quedé alucinada cuando conocí al Tanata Po, un tatuador de Rapa Nui cuyo cuerpo no sólo hace gala de la belleza del tatuaje polinésico, sino además de la sensualidad del hombre de la isla. Lo conocí gracias al pololo de una amiga que nos llevó a la presentación de baile polinésico que el grupo de su amigo Tanata Po realizó en Bellavista. Literalmente quedé loca.
Semanas después, cuando le pregunté por el Tanata Po, me dijo que estaba preso. Supuestamente por abuso sexual. No sé. Aunque la versión nunca la confirmé (por más que alguna persona me aseguró haberla leído en La Tercera), los papás de una amiga que viajaron a la isla me comentaron una historia similar. Mientras ojeaba un libro de tatuajes que compraron en Rapa Nui , me contaron sobre un tatuador top de la isla que había sido contactado por Miami Ink. A pesar de lo diestro que era en el arte del tatuaje, todo había quedado en nada ya que el fiscal lo tenía en la cárcel. Preferí no ahondar en los detalles de la historia que escucharon en las cabañas donde se alojaron. Mejor conservar buenos recuerdos. Total, no nos volveremos a ver.
Aunque el recuerdo del Tanata Po es imborrable, siempre se me viene a la cabeza un tatuador que conocí en Providencia, cuando acompañé a mi amiga Laucha a tatuarse una mariposa sobre su cicatriz de apendicitis. Ese barbón me pareció una persona especial, porque a pesar de tener el cuerpo lleno de tatuajes y piercing, era de lo más dulce. Al tipo me lo topé muchísimas veces en lugares inesperados. Si bien lo vi varias veces cerca de su local -lo que no tenía nada de raro- me lo topé una vez en estación central, en el aeropuerto, en la estación Cementerios del metro y en la Alameda. A pesar de lo rudo es tierno. A pesar de lo feo, atractivo. Me recuerda al tatuador de la película española El Bola. Siempre es atento. Siempre sonríe. Y eso me agrada.
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