domingo, 25 de abril de 2010
I want to ride my bicycle
No sabía que los días domingo había tanta gente que se levantaba a hacer deporte temprano. Este fin de semana lo descubrí, cuando estrené mi bella bicicleta roja por el bandejón central de Américo Vespucio. Fue realmente un placer. Gente corriendo o arriba de sus respectivas bicicletas se desplazaba por el parque. Incluso vi a un grupo de personas jugando bochas.
Hacía años que no andaba en bicicleta. Exactamente hace cinco años cuando estaba enferma de cáncer. Me acuerdo del tremendo esfuerzo que tenía que hacer sólo para bajar o subir la bicicleta al ascensor. Y ahí seguía. Un par de veces acompañé a los Furiosos Ciclistas a manifestaciones, incluida una protesta en Estación Central, en la que pedíamos que permitieran llevar bicicletas en los trenes. Era una época de esfuerzo, en que hacía cualquier cosa por sentirme viva, por buscar vida.
Una buena partner en esa época (y hoy también) fue mi queridísima amiga Nita. Me acuerdo que pasaba a buscarme a la casa, después de la pega y nos íbamos a algún bar con terraza en Providencia, donde pudiéramos dejar nuestras bicis a mano. Después de tomar un par de vinos y quedar bien contentas, agarrábamos las bicicletas y subíamos lo más posible por Apoquindo para después bajar como flechas de vuelta a la casa. Nos matábamos de la risa, qué sensación tan agradable! Parecíamos locas cuando bajábamos gritando y riendo de noche.
En esa época pedaleaba varias tardes a la semana. Sólo me saltaba algunos días, bueno, a veces semanas, cuando la quimio me pegaba fuerte y no me dejaba moverme. Sólo al final del tratamiento paré, porque ya no tenía fuerza ni si quiera para ponerme las zapatillas.
Hoy en la mañana fue distinto. Después de pedalear un buen rato tuve una sensación rara, como que había algo que faltaba, como que algo era diferente a mis carreras de hace cinco años. No sólo me cansaba menos, sino que ya no olía a quimioterapia, ni a medicamento cuando comenzaba a sudar. Fue maravilloso descubrirlo. El sólo recordar el olor de las drogas me transportó al mareo constante que sentía entonces, una sensación que hoy sólo me viene al ponerle bencina al auto. Me sentí libre, feliz. Recordé que estoy sana hace tiempo y volví a valorarlo.
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martes, 20 de abril de 2010
Constante
Después de tardes de risa, de cervezas, del cine y amigos. Después de trabajar y pelear en la oficina. Después del taco de la mañana, del supermercado, de las clases de yoga, de danza y de la bicicleta. Después de la playa, después de caminar por Huérfanos y comer helados de invierno. Después del perfume, del estúpido choque del auto, de las adivinas y de los cinco mensajes de texto que no contesté. Después de las palabras de mi más paciente admirador, de la lluvia del viernes, de las Flores de Bach, sigo pensando en ti. Y sigo extrañándote.
lunes, 12 de abril de 2010
Galán " tipo revolucionario"
Durante años he tenido una especie de manía, algo que me lleva de una u otra forma a tener parejas o a engancharme con "galanes tipo revolucionarios". Digo "tipo revolucionario" y no revolucionario derechamente, porque más que luchar por un cambio o por algún tipo de ideas, estos guerrilleros con ipod están bastante cómodos así como están. Aunque tienen menos cualidades que las que les atribuyo, debo reconocer que en su mayoría me han hecho tremendamente feliz. Al menos por un tiempo.
Atractivos. Sin duda. Buenos amantes (con excepciones). Mi tipo revolucionario -que hoy se acerca o pasa los 40- tiene conciencia social. Se trata de un hombre respetado en su ámbito, de carácter fuerte, pero humano, bastante seguro y con alguna sensibilidad artística real o afición por la lectura o escritura. Y por cierto, con una casi nula capacidad de comprometerse con algo que no sea él mismo.
Un niño eterno al que se le perdonan las travesuras. Nunca hace nada tan malo como para odiarlo. Pero es inconstante y no establece lazos de largo plazo.
Por mucho tiempo pensé que yo tenía mal ojo al fijarme en tipos solitarios. Pero luego me di cuenta que eran exactamente lo que andaba buscando: alguien libre, que no quisiera compromiso real. Creo que ellos son el único tipo de personas que desde el principio te raya la cancha. Por más que uno se ilusione y se muera por protagonizar la gran historia, sabe desde el comienzo hasta dónde va a llegar. Y tiene claro que muy lejos no va a ser.
Aunque son dispersos y poco claros, desde el día uno una sabe cuáles son sus límites y se prepara para ello. Si bien con algunos de ellos me habría gustado proyectarme, internamente siempre supe que no sería posible. Esa claridad que tuve evitó que llorara como Magdalena, aunque debo reconocer que fueron varias las veces que lloré.
Jamás dije de alguna pareja "conmigo va a cambiar". Probablemente, porque no quería que cambiara. Quizá porque me daba miedo que cambiara y se transformara en el tipo de persona que se compromete y más tarde te rompe el corazón. Según mi amigo Alvaro yo estoy muerta de miedo y creo que tiene razón. Pero hasta el momento no ha llegado alguien a quien me atreva amar sin temor a ser mortalmente herida.
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jueves, 8 de abril de 2010
Grado Ocho
No entiendo por qué el terremoto todavía me hace llorar. No llorar a mares, pero sí soltar alguna lágrima cuando me recuerdo afirmada al umbral de la puerta de mi pieza, mientras todo se movía. Violentamente ondulante, la sacudida me dejó pensando en que se trataba del fin y que de un segundo a otro mi edificio se desplomaría. Pero no sólo en eso. No sé si todas las personas pensaron en tantas cosas mientras la tierra se movía y se escuchaban caer cuadros, romper vidrios, estallar paredes.... el infernal ruido de la destrucción.
Sabía que era un terremoto.Había vivido el del ´85 en Viña con mis hermanos. 25 años, después lo reconocí en mi octavo piso en Santiago. Se sentía peor. ‘Dios, mío ¡Qué miedo! Javier viene en camino y no alcanzó a llegar’, pensé. ‘¿Dónde mierda está? No quiero que se muera. Dios, que esto termine, que pare, que pare, que pare’. El balcón saltaba, las paredes se rajaban y la luna alumbraba mi dormitorio como foco de película de terror. ‘Esto no debería estar pasando. Yo no debería estar sola, yo no tenía que estar sola en este momento’, pensé.
Las cosas de la vida. A las 3.30 de la mañana estaba lista esperando mi grado tres y en cambio recibí un brutal grado ocho. Y Javier estaba desaparecido.
A los pocos segundos de terminado el temblor, sonó mi celular. Era la Laucha desde Puerto Montt reportándose. “¿Qué mierda fue eso?”, fue lo primero que atiné a decirle. “¿Cómo, allá también?”, me preguntó con voz de pánico. Me petrifiqué al pensar en qué había pasado entre las dos ciudades. De inmediato llamé a mi papá, quien un tanto aturdido desde su piso 21 me comentó “parece que fue terremoto”. Me dijo que me fuera para su casa, pero le contesté que un amigo venía en camino y que prefería esperarlo.
Llamé a Javier pero no pude comunicarme. Quise bajar, pero mi puerta estaba trabada. Un vecino me rescató. Busqué una linterna y bajamos junto a otros vecinos. Nos acompañamos toda la noche, mientras yo esperaba que llegara Javier. Nos quedamos parados en la puera del edificio para que me viera a penas llegara. Esa noche lo llamé 32 y nada, no logré conexión con su celular. Me agradecí haber dejado de fumar. Todos querían un cigarro y nadie tenía.
Temprano en la mañana me llegó un mensaje de texto en que me preguntaba dónde y cómo estaba. El alma me volvió al cuerpo. El estaba bien. No sé por qué mi primer pensamiento con el terremoto fue para Javier. Tal vez porque lo estaba esperando después de una noche de carrete. Tal vez por que quería que alguien me cuidara, porque quería llorar abrazada a alguien, o quizá sólo porque quería estar con él.
Y así continúo. Con ganas de llorar cuando pienso en el momento mismo del terremoto. Dejando fuera toda la tragedia que conocí cuando pude ver televisión, el terremoto en sí me da una pena tremenda. Yo no tenía que estar sola. Ni durante el terremoto ni en los días posteriores. Fue como si la catástrofe me dejara desnuda, y por fin, sin adornos, pudiera ver lo sola que en verdad estoy. Algunos no estuvieron a la altura de las circunstancias. Y siguen sin estarlo.
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martes, 6 de abril de 2010
Mensaje al amanecer
Los mensajes de texto son una de las herramientas tecnológicas -aparecidas junto al teléfono celular- que más me intriga. Hace unos días vi una nota en la televisión en que advertían de los problemas que los ahora llamados SMS acarrean. Desde la concentración hasta la autoestima se verían afectados, según un estudio que citaban.
De todas formas, son útiles y económicos y permiten entrar en la intimidad del otro discretamente, casi sin molestar.
Hace unas semanas decidí cambiar el tono de la notificación del mío, que aunque era bien particular, varias personas de la oficina tenían el mismo y yo saltaba de ilusión cada vez que sonaba aquél tin tín. Una nueva forma de esclavización.
El fin de semana pasado al revisar la hora en mi celular descubrí que tenía un mensaje. De inmediato vi que era de Xandé, un brasileño que conocí el año pasado en una discoteque. Cada cierto tiempo me llama para saludar o me lo encuentro ahí mismo y bailamos un rato. Bien coquetos. Un par de miradas, pero nada más. Por eso me sorprendió su mensaje. Decía "pacei o dia pensado em voce, e sigo pensando em voce. Eres linda, muitos beijos minha prinseza". Quedé plop. Qué agrado, pensé.
Me reí y sonreí sola un buen rato. Me reconfortó. Aunque segundos después me deprimí al pensar en Javier. Ya había pasado casi un mes sin noticias de él. Ni una llamada, ni un mensaje de texto, ninguna visita. Fue como si se lo hubiera llevado la tercera ola del tsunami, como si la energía liberada por la tierra durante el terremoto lo hubieran noqueado. Luego de hablar dos veces por teléfono los primeros días de marzo desapareció. Nada, no llamó. No contestó. Simplemente me borró.
Por esos días quedé un poco muerta, un poco viuda. Totalmente mareada, como si hubiera presenciado un homicidio o hubiese recibido un glope fuerte en la cabeza.
Pero ayer apareció. A los 30 ó más días de difunto (con duelo y luto incluidos) dio señales de vida. Como todo un campeón, hizo su entrada con un mensaje de texto, en el que me decía, "hola, haces algo?". Se anotó otro knockout. Me sorprendió. Simplemente me cuesta creer que haya gente tan poco humana. Vacía.
Cuando ya me había autoconvencido de que tal vez se había tomado unos tragos de más a la hora de almuerzo, o que tal vez se equivocó de destinatario al enviar el mensaje, recibí otro: ¿Qué harás?. En fin, el último mensaje lo recibí hace sólo un rato y no era diferente a los demás: "¿Cine?" y nada más.
Qué triste me pone todo esto. Cómo un mensaje de texto puede decir tanto sobre una persona. Tengo miedo de no responder. Pero más miedo me da contestar y seguir recibiendo este tipo de SMS en mi celular.
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viernes, 2 de abril de 2010
Cosas de Tatuajes
Hace tiempo que quiero hacerme un tatuaje. Llevo meses pensando en el diseño, pero ninguno me ha gustado lo suficiente como para mantener la elección por más de una semana. Aunque todavía no decido dónde estamparlo, creo que debiera ser en un sitio escondido y sensual, como para sorprender en un primer encuentro y a la vez evitar que -en un futuro muy muy lejano- los cabros chicos se rían de mí cuando vean cómo se me caen las carnes tatuadas desde el traje de baño.
Pero bien, el tema siempre ha sido el diseño. Persistentemente me he inclinado por el tatuaje tribal, aborigen, con algo de primitivo y salvaje. Lo encuentro atractivo. Creo que por eso fue que quedé alucinada cuando conocí al Tanata Po, un tatuador de Rapa Nui cuyo cuerpo no sólo hace gala de la belleza del tatuaje polinésico, sino además de la sensualidad del hombre de la isla. Lo conocí gracias al pololo de una amiga que nos llevó a la presentación de baile polinésico que el grupo de su amigo Tanata Po realizó en Bellavista. Literalmente quedé loca.
Semanas después, cuando le pregunté por el Tanata Po, me dijo que estaba preso. Supuestamente por abuso sexual. No sé. Aunque la versión nunca la confirmé (por más que alguna persona me aseguró haberla leído en La Tercera), los papás de una amiga que viajaron a la isla me comentaron una historia similar. Mientras ojeaba un libro de tatuajes que compraron en Rapa Nui , me contaron sobre un tatuador top de la isla que había sido contactado por Miami Ink. A pesar de lo diestro que era en el arte del tatuaje, todo había quedado en nada ya que el fiscal lo tenía en la cárcel. Preferí no ahondar en los detalles de la historia que escucharon en las cabañas donde se alojaron. Mejor conservar buenos recuerdos. Total, no nos volveremos a ver.
Aunque el recuerdo del Tanata Po es imborrable, siempre se me viene a la cabeza un tatuador que conocí en Providencia, cuando acompañé a mi amiga Laucha a tatuarse una mariposa sobre su cicatriz de apendicitis. Ese barbón me pareció una persona especial, porque a pesar de tener el cuerpo lleno de tatuajes y piercing, era de lo más dulce. Al tipo me lo topé muchísimas veces en lugares inesperados. Si bien lo vi varias veces cerca de su local -lo que no tenía nada de raro- me lo topé una vez en estación central, en el aeropuerto, en la estación Cementerios del metro y en la Alameda. A pesar de lo rudo es tierno. A pesar de lo feo, atractivo. Me recuerda al tatuador de la película española El Bola. Siempre es atento. Siempre sonríe. Y eso me agrada.
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