No entiendo por qué el terremoto todavía me hace llorar. No llorar a
mares, pero sí soltar alguna lágrima cuando me recuerdo afirmada al
umbral de la puerta de mi pieza, mientras todo se movía. Violentamente
ondulante, la sacudida me dejó pensando en que se trataba del fin y que
de un segundo a otro mi edificio se desplomaría. Pero no sólo en eso.
No sé si todas las personas pensaron en tantas cosas mientras la tierra
se movía y se escuchaban caer cuadros, romper vidrios, estallar
paredes.... el infernal ruido de la destrucción.
Sabía que era un
terremoto.Había vivido el del ´85 en Viña con mis hermanos. 25 años,
después lo reconocí en mi octavo piso en Santiago. Se sentía peor.
‘Dios, mío ¡Qué miedo! Javier viene en camino y no alcanzó a llegar’,
pensé. ‘¿Dónde mierda está? No quiero que se muera. Dios, que esto
termine, que pare, que pare, que pare’. El balcón saltaba, las paredes
se rajaban y la luna alumbraba mi dormitorio como foco de película de
terror. ‘Esto no debería estar pasando. Yo no debería estar sola, yo no
tenía que estar sola en este momento’, pensé.
Las cosas de la vida. A
las 3.30 de la mañana estaba lista esperando mi grado tres y en cambio
recibí un brutal grado ocho. Y Javier estaba desaparecido.
A los pocos segundos de terminado el temblor, sonó mi celular. Era la
Laucha desde Puerto Montt reportándose. “¿Qué mierda fue eso?”, fue lo
primero que atiné a decirle. “¿Cómo, allá también?”, me preguntó con
voz de pánico. Me petrifiqué al pensar en qué había pasado entre las
dos ciudades. De inmediato llamé a mi papá, quien un tanto aturdido
desde su piso 21 me comentó “parece que fue terremoto”. Me dijo que me
fuera para su casa, pero le contesté que un amigo venía en camino y que
prefería esperarlo.
Llamé a Javier pero no pude comunicarme. Quise
bajar, pero mi puerta estaba trabada. Un vecino me rescató. Busqué una
linterna y bajamos junto a otros vecinos. Nos acompañamos toda la
noche, mientras yo esperaba que llegara Javier. Nos quedamos parados en
la puera del edificio para que me viera a penas llegara. Esa noche lo
llamé 32 y nada, no logré conexión con su celular. Me agradecí haber
dejado de fumar. Todos querían un cigarro y nadie tenía.
Temprano en la
mañana me llegó un mensaje de texto en que me preguntaba dónde y cómo
estaba. El alma me volvió al cuerpo. El estaba bien.
No sé por qué mi primer pensamiento con el terremoto fue para Javier.
Tal vez porque lo estaba esperando después de una noche de carrete. Tal
vez por que quería que alguien me cuidara, porque quería llorar
abrazada a alguien, o quizá sólo porque quería estar con él.
Y así continúo. Con ganas de llorar cuando pienso en el momento mismo
del terremoto. Dejando fuera toda la tragedia que conocí cuando pude
ver televisión, el terremoto en sí me da una pena tremenda. Yo no tenía
que estar sola. Ni durante el terremoto ni en los días posteriores. Fue
como si la catástrofe me dejara desnuda, y por fin, sin adornos,
pudiera ver lo sola que en verdad estoy. Algunos no estuvieron a la
altura de las circunstancias. Y siguen sin estarlo.